El mito de Casandra |
- Casandra, debes ir, una mujer está a punto de ser asesinada.
- ¿Tiene alguna posibilidad de sobrevivir?
- No. El tío lo tiene todo calculado, esperará a que
deje al niño en la guardería, y luego la seguirá por un callejón solitario, un
atajo que ella siempre coge para tomar un café en un bar cercano.
Casandra
revuelve desanimada los papeles del escritorio. - Sabes que ése no es mi trabajo. Lo sabes. - Ya, ese cuento de que te has jubilado de trabajar en la trinchera, de estar en primera línea. Ahora te dedicas a la investigación, pero necesitamos a la mejor para esto. - De cuánto tiempo dispongo. - Poco. Sólo tienes dos horas hasta que abran la guardería. Casandra se dirigió con celeridad hacia la estación de Ada Byron, que conectaba con el mundo exterior, y se introdujo en uno de los ascensores de cristal. Cualquier puerta podía servir de salida una vez arriba, simplemente había que marcar el código correcto. Marcó el 577891 y apareció en el Mercado Central de una ciudad provinciana. Vio que la guardería todavía estaba cerrada y empezó a buscar al asesino en las inmediaciones. De pronto, vio a un hombre que estaba muy nervioso y que se palpaba una y otra vez los bolsillos de la chaqueta. - Es él. Y lleva un arma. Marcó un código en su pulsera personal y el chip de su cerebro hizo todo el resto, tomó fotografías del individuo y las comparó con las que le habían entregado en la Central, que se le aparecían delante de los ojos como imágenes consecutivas de ordenador. Comunicó con la Central y solicitó más información. Oyó la voz de la operadora directamente en su cerebro. - Sí, un mal tipo. Con antecedentes por maltrato. Ella está intentando dejarle desde hace mucho tiempo, pero no hay manera. Vamos, Casandra - y se ríe levemente al otro lado de la línea - hazle un favor a esa tía y quítale ya ese grano del culo. Ya sabes de la clase de tíos que te estoy hablando: obsesión enfermiza, no se cura con nada. Al poco, vio a la mujer que se acercaba con un niño de corta edad a la guardería y al asesino apostarse en una esquina observando toda la escena. Cuando la mujer salió, él la siguió por el callejón y Casandra fue detrás. Lo primero que hizo Casandra fue correr hacia él, y con un ágil movimiento le quitó el arma oculta en los bolsillos de la chaqueta y diluyó la pistola, convirtiéndola en un millar de bolitas de plomo que se desparramaron por la acera, ante los ojos incrédulos del hombre. - Mira, no la vas a matar. Ni ahora ni nunca. Desaparece. El imbécil todavía se retorció con una mueca de desprecio. - Igual todavía no has visto lo suficiente. Y directamente lo elevó a las alturas y lo hizo perderse entre las nubes. Pensó: más dura será la caída. Casandra corrió detrás de la mujer. En el bar le pasó una nota con direcciones de ayuda psicológica y una simple frase: él no te volverá a molestar más. Cuando Casandra decidió que la nevera de las tartas era una puerta estupenda para volver al Mundo Interior - qué ganas tenía de poder dedicarse de lleno a la investigación - , y mientras marcaba el código de su departamento, todavía pudo ver a la mujer irrumpir en sollozos, sintiendo una esperanza, un renacer, una catarsis de miedos y emociones, que se elevaba por encima del techo de la cafetería y mucho más allá. Buen trabajo, Cassandra.
Ahora, a estudiar. |